jueves, 10 de marzo de 2011

El humo prohibido


- ¿Quieres uno?

- No gracias.

Y así se quedaba lo poco que se puede decir de una conversación o, más bien dicho, de la respuesta a una pregunta. 

En la edad del pavo, cualquier sitio era bueno para esconder aquel cartón que nos hacía tener el poder, el liderazgo, el ser alguien, el ser más que alguien, el llegar a casa con los dedos de la mano derecha amarillentos y lavarselas con extra de jabón, el echarse colonia por todos lados cuando siempre llevabas dos gotitas que duraban todo el día. Y es que, cuando compartes techo con tus padres, el tabaco entre esas cuatro paredes deja de existir, al menos para ti. 

Pero parece que con cincuenta y tantos no cambia mucho la cosa. Aprovechar que no está la mujer en casa, de pie al lado de una ventana abierta mirando los coches que entran por la puerta del parquing y consumiendo ese maldito cigarrilo que tanto ansiabas. 

Al fin y al cabo, todos somos niños.


L. 

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