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Cuando me subí en el tren vi la gran oportunidad de dormir las más de 2h de trayecto. De hecho, desde que me desperté, estaba deseando que llegara el momento de sentarme en el vagón y dormir, dormir y dormir. Mis ojos no están hechos para levantarme a esas horas, por dios! Así que, saqué la revista que llevaba en el bolso para provocarme un cansancio más intenso. Creo que no llegué a leer ni una línea.
"Próxima parada, Zaragoza Delicias".
El altavoz que anunciaba la parada siguiente me había despertado. Y sabía que sería imposible volverme a dormir, pues un grupo de pijas, "niñas de papá", habían entrado en el vagón entre risas y carcajadas, poniendo verdes a profesores y compañeras de clase. "¿Os habéis visto en el espejo?", pensé.
Y para colmo, el chico del otro lado del pasillo, que dormía como si estuviera en plena resaca, roncaba con la boca abierta y la cabeza medio colgando hacia un lado. Vamos, que solo le faltaba la almohada y una manta.
Aquí se acabó lo que creía que sería un viaje placentero.
L.
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