miércoles, 8 de agosto de 2012

Adiós ciudad!

Las maletas encima de la cama y tu encima de ellas. La ropa se sale por todos lados, la cremallera no se cierra y solamente esperas el ruido desgarrado que te hará entender que la bolsa se va a la basura. Se acabó eso de preparar el equipaje el día antes. Ahora, con el tiempo pisándote los talones metes lo primero que pillas en el armario, sin importar si el conjunto playero pegará con las gafas de sol y todos los complementos habidos y por haber. Total, que te llevas contigo todo lo que encuentras en el armario sabiendo que la mitad de las cosas no te las vas a poner pero siempre es "por si acaso".

Haces unos tres o cuatro viajes para bajar todas las maletas hasta el coche. En cada peldaño piensas que el siguiente será el fin de tus días y ya preparas la caída, te la imaginas, "de cabeza, de culo, de plancha...", ¿encima o debajo de la bolsa de 15 quilos?. Cuando ves que tus pronósticos no se cumplen, ya te imaginas que el fatídico escalón será el siguiente. Pero tampoco. 

Luego es momento de jugar al tetris para meter todo el equipaje en el maletero. Oyes los típicos "Ya te lo dije que no cabría todo eso", "¿Para qué te llevas tantas cosas si sólo nos vamos una semana?". Y tú respondes casi a gritos sofocados "¡¡¡Por si acaso!!!". Y metida en el coche, sudando a chorros, pides auxilio al aire acondicionado. Lo pones a tope, te lo encaras a ti y solamente a ti, levantas los brazos y suspiras de felicidad. Y luego piensas, "Que duro es eso de irse de viaje". En plan irónico, claro. 





Mejor dejar para otro día mi crítica de vivir en una comunidad con vecinos chillones. Estoy segura que se haría de noche mientras escribo.


Vivir en una ciudad sin playa no es ni malo ni bueno, simplemente diferente.



L.